La educación
de los padres a mediado del siglo pasado era temeraria, radical y abrupta. Era
una educación arcaica, sustentada en infundir el temor y el miedo a los hijos.
Por consecuencia, este modelo educativo acentuaba el distanciamiento en la
relación padre-hijo
En cambio, reconozco
que no era la mejor educación que podrían obtener los hijos, pero en verdad
había que reconocer el hecho que los hijos eran bien educados. En aquel
entonces los hijos eran disciplinados, obedientes, respetuosos y poco
agresivos.
En este aspecto, es
preciso recordar que con los resultados de esa educación surgió una generación
de hombres y mujeres formada en valores morales, con una integridad absoluta.
Sin embargo, en
aquellos tiempos los padres no vacilaban en agarrar una correa o una rama de un
árbol para restregársela en la espalda del hijo desobediente y malcriado.
Hoy en día el deseo de
los padres es pretender que sus hijos vivan en un paraíso terrenal,
rodeado de confort y abundancia, con un nivel de vida superior a la que ellos lograron.
Pero, ¿realmente nuestros hijos merecen este estilo de vida?
A mi juicio, estoy
absolutamente de acuerdo que a los niños se les motive, pero con una
estimulación que vaya en consonancia con la disciplina y la obediencia que
exhiba en su comportamiento. También que se les premie en conformidad con el
desempeño y los resultados que arroje en los estudios. Pero nunca que se le
retribuya de un modo antojadizo.
En estos tiempos es
algo habitual que los padres premien al niño de manera caprichosa, quizás sin
saber el daño que podrían causarles en su desarrollo mental.
Ahora los padres se
empecinan en comprarles a sus hijos aparatos tecnológicos, pero los
jóvenes de ahora, por lo regular, no utilizan al máximo las herramientas que
ofrece la tecnología moderna, sino que derrochan el tiempo en asuntos
insustanciales como en los videos juegos y chateo con sus amiguitos.
Los hijos modernos
piensan que merecen todo, porque en realidad los padres no les enseñan el valor
de las cosas.
Una característica de
los padres modernos, que difiere con la crianza de antaño, es que consienten
demasiado y casi nunca disienten sobre el comportamiento de sus hijos. Para
ellos casi todo está correcto con la crianza, nada se sale de lo normal. Son
tolerantes y apoyadores empedernidos. Por lo general, son padres
sobre-protectores.
Si hoy en día tenemos
niño mal educado y mal criado, la culpa es de los progenitores, de nadie más.
Si el niño llega a la edad adulta y sale delincuente, los padres son los
responsables. Porque la forma más perniciosa de criar a un hijo es
consintiéndolo.
Si nuestros hijos crecen en un ambiente
de violencia, es porque en los hogares los padres exhibieron un ambiente
violento. Si en la adultez ellos son irrespetuosos, es porque en el hogar
vivieron inmersos en una atmósfera de irreverencia.
Los padres modernos
tienen la falsa creencia que las escuelas y las universidades son las que deben
educar a sus hijos. Por lo regular, las escuelas y universidades solo
aportan conocimientos. La auténtica educación sobre urbanidad, prudencia y
desarrollo humano se adquiere en el hogar.
Entonces ¿quiénes son
los responsables de la educación de nuestros hijos? Obviamente, son los padres
en los hogares que tienen el deber de educar y disciplinar a sus hijos, la
responsabilidad no es de nadie más.
Un aspecto importante
que hay que enfatizar en este sentido, que influye en detrimento de la
educación de los hijos, es que la sociedad moderna impulsa a las personas al
pluriempleo y, en consecuencia, los padres carecen de tiempo para velar por la
educación de sus hijos, así como para sentarse con ellos a discutir cualquier
tema o para resolver algún conflicto familiar. Por consiguiente, los hijos
carecen de lo más esencial: del afecto y la presencia paterna.
Si por casualidad eres
de los padres que solo aporta las cosas materiales a tus hijos, entonces eres
un padre anónimo.
Ahora bien, ¿qué es
fundamental en la educación de nuestros hijos? Es ineludible inculcarles desde
pequeños los valores morales para que sean hombres y mujeres íntegros en la
sociedad. Además guiarlos por el camino de la espiritualidad a temprana edad.
Los padres modernos
deben afanarse en amar a sus hijos, darles cariño y respetarlos para que, en
efecto, ellos se sientan amados y se desarrollen en un espacio saludable y
propicio, sin influencias extrínsecas.
En síntesis, pienso
que nuestros hijos merecen una educación sin violencia, cimentada en el amor,
el respeto y la tolerancia. La educación, en sentido general, es la única y la
más valiosa herencia que los padres pueden dejar a sus hijos.